Logia Simbólica Unión Masónica Tres-Tres No. 21

Discurso pronunciado en la recepción de la Medalla al Mérito Cultural Libertario de la respetable Logia Simbólica Unión Masónica Tres-Tres No. 21

Pachuca, diciembre 7, 2018.

 

Señoras y señores:

Mi hija y yo estamos muy complacidos de estar con ustedes esta noche.

El motivo de nuestra presencia aquí es más que suficiente para agradecerles su amabilidad y la oportunidad de expresarles la  satisfacción personal de acudir a recibir el reconocimiento que han decidido entregarme por las razones que sus dirigentes consideraron, con mucha generosidad creo yo, suficientes para otorgarlo.

Sin falsa modestia les digo que he sido reacio a aceptar elogios de cualquier naturaleza,  pues mi convicción es que si algo he aportado para beneficio de los demás ha sido en mínima reciprocidad a lo mucho que he recibido personal y profesionalmente.

De hecho, antes que esta distinción de Unión Masónica, solo acepté hace algunos años otra que me entregó la Barra Mexicana Colegio de Abogados del estado de Hidalgo, organización gremial a la cual, por cierto como es el caso, tampoco pertenezco.

Y esta noche, por elemental honestidad debo decirles que al conocer su decisión, y haberla aceptado después de saber las razones que la sustentaron, en la soledad de las horas siguientes recordé la presencia en mi vida de tres hombres de gran valía quienes en diversas épocas alcanzaron entre las filas masónicas el más alto grado  y a quienes enseguida evoco:

Leonardo Aurelio López Taboada, Rafael Cravioto Muñoz y Gordiano Vite Ortega.

De cada uno de ellos tuve la fortuna de aprender, en el aula, en la vida, en la amistad; y hoy, al recibir este reconocimiento de su orden, quiero entenderlo como una continuación de ese vínculo personal que de muchas maneras contribuyó para bien a lo que ahora soy.

Por mi afición a desentrañar el pasado, tengo presentes también a:

 Ramón M. Rosales y Amador Castañeda; dos personajes de nuestra historia regional que organizaron e hicieron la Revolución Maderista.

Como han escuchado esta noche, pertenezco a una generación nacida y formada en el México de la segunda mitad del siglo XX, con estabilidad política y económica; en un modelo nacionalista sostenido por el régimen de partido mayoritario que organizó un sistema de educación y salud públicas; y un concepto de la soberanía nacional, superado antes del arribo del siglo XXI.

Las y los mexicanos de mi generación,  con orgullo homenajeábamos cada lunes al lábaro patrio y cantábamos el himno nacional; desfilábamos el 20 de noviembre en el aniversario de la Revolución Mexicana; y hace cincuenta años escuchamos en la mesa de los alimentos  la preocupación de nuestros padres por la trágica circunstancia de Tlatelolco; fuimos  la generación de la alternancia política, la que incrédula la vio llegar a los gobiernos estatales y luego en el de la República, en el año 2000;  la misma que transitó al nuevo milenio con la palabra globalización en el vocabulario.  

Y así también fue nuestra evolución social: 

En mi caso, provengo por la rama paterna de una familia rural residuo del porfiriato, mi abuelo fue albañil, hijo abandonado de un hombre poderoso;  mi padre únicamente aprendió en la escuela a leer, escribir y quizá las dos operaciones fundamentales, sumar y restar;  fue hasta la adolescencia lo que hoy se llama niño de la calle,  la vida lo llevó de ser bolero a cargador y luego a la lucha sindical impulsada por el cardenismo; hasta su muerte fue un luchador por los de su clase: los obreros

Mi madre provenía de una familia de rancheros y comerciantes; huérfana a temprana edad supo de las penurias del dinero y antes de emplearse con su hermana mayor en una panadería, terminó la educación primaria en la escuela anexa de la Normal del estado. 

Yo en cambio, tuve acceso a la educación gratuita y de la universidad pública obtuve un título que me ha permitido un ingreso digno con el que sostengo a Raúl quien  ya camina por la educación profesional y a Fabiola que cursa la secundaria, ambos en condiciones que se diferencian por sus mejores posibilidades de las que yo tuve.

De mis cuatro abuelos ninguno salió del país y probablemente tampoco del estado; mis padres abordaron un avión solo en la edad adulta para traspasar la frontera norte;  yo cruce el Atlántico en la adolescencia; apenas bebés mi hija y mi hijo vivieron del otro lado del océano cuando yo fui a estudiar.

Así, puesto frente al espejo de mi pasado familiar,  veo y entiendo la evolución de nuestra nación y por eso mi compromiso de servirla con honestidad, imaginación, responsabilidad y compromiso.

En ese ánimo, al agradecer la distinción que hoy me entrega la institución masónica, asumo que es, más que premio a algún merecimiento, si es que lo hubiera, un reto a conservarlo desde hoy como guía de ruta.

Tengo claro y lo digo expresamente: si ustedes consideraron que era merecedor de la Medalla al Mérito Cultural y Libertario, lo respeto y me siento orgulloso de ello; para mí es ahora el reto de mantenerlo como una obligación permanente de ganármelo día a día, como individuo, como mexicano, como padre, como profesional del derecho, y como servidor público. En el mediano plazo dedicando mi esfuerzo a la transformación del Ministerio Público.

Si me atreví a aceptarlo mi compromiso será nunca defraudar su significado, a quien representa, ni la confianza de quienes lo decidieron.

Muchas gracias.